Simpre anhelé ver a Janis Yoplin. Esta vez puede hacerlo. Ya no cantaba como antes, ni llevaba el cabello alborotado. Sin embargo, a lo lejos oía una melodía de instrumentos de viento que interpretaban una de sus canciones. Ella permanecía quieta, con el cabello arreglado, algo distinta. Tenía los ojos cerrados y la piel más blanca que de costumbre. La vi apenas ingresé a ese salón inmenso del museo. Las flores la acompañaban y una luz tenue me invadía. La miré miles de veces, como suplicándole que despertara y tomara un micrófono para cantar ‘Maybe’. Ella no me miraba y nunca me verá. Janis estaba muerta.
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